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La figura de Mariana de Pineda

Mariana de Pineda (1804-1831). Heroína del silencio


Mariana de Pineda Muñoz nació en Granada el 1 de septiembre de 1804 y fue ejecutada a la edad de veintisiete años, el día 26 de mayo de 1831 en esta misma ciudad. Como consta en su partida de bautismo era hija natural de Mariano Pineda, coronel retirado, bautizado en la ciudad de Guatemala; y de Maria de los Dolores Muñoz y Bueno.

Para comprender la trascendencia de Mariana que la haga merecedora de ser el emblema de una logia masónica por su nobleza, dignidad, integridad y honor, es necesario aportar algunas consideraciones que permitan acercarnos a la ciudad donde se desarrolló la vida de esta importante mujer. Mariana era reconocida como mujer inteligente, de extraordinaria hermosura y de ideas liberales.

Derogada la constitución de 1812 y ocupando el trono Fernando VII, comenzó una dura represión contra los liberales. Las depuraciones que llevaban a prisión o al exilio eran frecuentes. Como consta en el principal libro sobre la vida de Mariana(1): “Aquí, y no es una excepción, los condenados a presidio a la hora de ser conducidos para cumplir la sentencia fueron paseados cruel y vejatoriamente en 'cuerda de tránsito', cual si fueran malhechores por las principales calles(2)”. La situación en la que se había convertido el reinado no tiene otra calificativo sino de régimen de terror, “Un pavor general se había apoderado hasta de los hombres más esforzados, y todos miraban tan de cerca el patíbulo, que nadie se atrevía a dar el menor motivo de que se recelase de su conducta(3)”.

Mariana de Pineda, ejecutada con garrote vil, era madre de dos hijos, su hijo José María sería adoptado por el presbítero D. José Garzón y Borruez, que había sido su confesor; y su hija Luisa fue adoptada por el autor de su principal biografía, José Peña y Aguayo. Al morir Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, en el Consejo de Gobierno constituido para asesorar a la reina viuda, el conde de Ofalia, actúa de secretario, y el puesto de Oficial Mayor lo ocupa Peña y Aguayo, posteriormente José Peña llegaría a ser intendente de Palacio y ministro honorario del Supremo de Guerra y Marina, por los servicios prestados a la Corona sería condecorado con la placa y cruz de la Orden de Carlos III.

La ejecución de Mariana pretendió ser un escarmiento ejemplar para atemorizar aún más al pueblo. Si en pocas palabras se puede calificar la actitud de Mariana, ésta fue la de entregar la vida por una idea. Su patriotismo, su valor, su decisión por la causa de la libertad, la heroicidad y entereza con que soportó la ejecución, la hacen merecedora de denominar a una logia masónica. La descripción que nos presentan de la sociedad es dolorosa, y ello enaltece la valía de Mariana: 

El terror, que es el resorte más poderoso de este gobierno, se había difundido por todo el pueblo a fuerza de las repetidas prisiones, registros, destierros y muertes de los más distinguidos patriotas [...] Las esperanzas de salvación estaban enteramente perdidas, y hacia donde quiera que se miraba se veían tan sólo cadenas, cárceles, calabozos, esclavitud, cadalsos humeando aún con la sangre de los últimos ciudadanos que acababan de ser sacrificados. Las prisiones estaban hacinadas de víctimas, cuyos sacrificios iban los unos en pos de los otros. Y creyendo el gobierno que la crueldad de los jueces se iba debilitando, y que la compasión y la ternura se apoderaban insensiblemente de sus corazones, creó unas comisiones especiales y puso al frente de ellas los hombres más immorales y más despiadados que encontró [...] exentos de responsabilidad y de observancia de las leyes, procesaban y condenaban con absoluta libertad, hacían mérito de estas condenas para proporcionarse ascensos en sus carreras, y por una grada de cadáveres subir a los puestos más elevados del Estado(4)”.

Mariana de Pineda se casó a la edad de quince años el día 9 de octubre de 1819 con Manuel Peralta y Valte, y éste fallecería el 12 de mayo de 1822. El padre de Manuel de Peralta era regidor perpetuo de la villa de Huéscar (pueblo de Granada), y representante de la real jurisdicción ordinaria(5). Al contraer matrimonio Manuel de Peralta tenía veintiseis años. En la vida sentimental de Mariana de Pineda hubo tres hombres que fueron militares liberales. Junto con su primer marido aparecen Casimiro Brodett y Carbonell y don Francisco Álvarez de Sotomayor.

En 1825 aparece en la vida de la ciudad de Granada un personaje siniestro. Ramón Pedrosa y Andrade fue nombrado el 8 de enero de 1825, alcalde del crimen de la Real Chancillería de Granada. En esta ciudad “ejerció también los cargos de subdelegado principal de Policía, presidente de la comisión especial depuradora de los delitos de carácter político y más tarde alcalde de casa y corte [...] Pedrosa fue el verdugo espiritual, el que la condenó a la última pena(6)”.

Desde el año 1828 Mariana se ve envuelta en asuntos de conspiración política. Entre los encarcelados se encontraban dos parientes de Mariana, su tío, el presbítero Pedro García de la Serrana y un primo, Fernando Álvarez de Sotomayor. A Pedro García lo habían encarcelado por su exaltada adhesión al sistema constitucional. El hecho de que visitara a su tío en prisión, sirvió para que ella se ofreciese como receptora de correspondencia de otros encarcelados. Respecto de Álvarez de Sotomayor, capitán ilimitado del ejército de la isla de León, la relación que mantuvo Mariana fue mucho más importante, puesto que ella le proporcionó la vestimenta de fraile con la que se fugaría de prisión. Básicamente esta sería la primera causa criminal seguida contra Mariana, como consta en la obra de Antonina Rodrigo: “La Policia, desde un primer momento, sospechó de la complicidad de Mariana en la fuga de Álvarez de Sotomayor(7)”.

El 9 de enero de 1829, siendo viuda, da a luz a su hija Luisa de Pineda. La segunda causa instruida contra Mariana fue la que provocó su ejecución. Desde que se origina la sospecha de que Mariana ayudó a Álvarez de Sotomayor, alrededor de ella comienza la vigilancia. En Granada se sospecha de que puede haber un levantamiento de los liberales. En la subdelegación de Policia se presenta una denuncia. El padre de un clérigo que tenía relación con una de las sirvientas de Mariana, denuncia que en casa de ella se estaba bordando la bandera que sería la insignia del alzamiento. Pedrosa llamó a las bordadoras y éstas confesaron que Mariana les había llevado el tafetán, los modelos de las letras y el tejido para el bordado, bordado que estaba inacabado. La bandera de tafetán morado con un triángulo verde, dentro del cual se leerían las palabras: Ley, Libertad, Igualdad; formadas con seda encarnada.

En la alegación en su defensa se dijo que: “aún no estaba hecha la bandera, y por consiguiente aún no lo era, y lo otro porque el emblema del triángulo verde fijado en su centro, demuestra que su destino era más bien para adorno de alguna logia fracmasónica; y acerca de este delito que es de otra especie; sólo serán reos los que lo sean, y se reúnan, y los cojan; pero no los que formen, cosan o borden sus atavíos, y menos las mujeres, que así como no pueden ser obispas ni confesoras, tampoco pueden ser fracmasonas; por lo mismo el calificar de bandera revolucionaria el tafetán aprehendido por sólo los letreros, de los cuales solo dos están principiados a bordar(8)”. En su defensa también se esgrimía que los colores de la bandera revolucionaria eran azul, blanco y encarnado, y los que se ven en el tafetán son encarnado, morado y verde. Mariana no sabía bordar. Encontrada culpable de los delitos que se le imputaban, Ramón Pedrosa la sentenció a la pena capital de garrote y confiscación de bienes.

Mariana de Pineda era creyente. El día de su ejecución “a eso de las diez de la mañana recibió el santo sacramento con edificante humildad, y con una calma de espíritu como a quien no le atormenta ningún remordimiento. Acabado este acto religioso [...] escribió una carta tiernísima a su hijo aconsejándole firmeza en sus principios políticos, que huyese de este país cuando tuviese edad para ello, que no se avergonzase de haber nacido de una madre sacrificada por la mano del verdugo, pues moría por la patria, por la libertad, por la causa santa de los derechos del pueblo: rogábale por fin que jamás abandonase a su hermana Luisa (9)”. Antes de ser ejecutada exclamó:

Madre mía, por la preciosísima sangre que derramó en la Cruz vuestro adorado hijo, os ruego interpongáis con él vuestro soberano influjo para que perdone mis culpas y pecados: os lo pido con el mayor fervor; no me lo neguéis, Señora y Madre mía(10)

Desde el exterior, con serenidad, a Mariana de Pineda se la comprende simplemente como una mujer que defiende la libertad. Claude Couffon afirma: “En el mes de marzo de 1831, Mariana tomó la iniciativa que debía conducirla a su perdición, y al mismo tiempo inmortalizar su nombre. Para que los liberales pudiesen enarbolarla el día de la victoria, decidió no bordar una bandera - como cuenta la leyenda- sino encargar que alguien la bordara. En el barrio del Albaicín conocía a dos hermanas obreras a quienes confió su secreto. Aceptaron el pedido clandestino. Mariana les entregó un gran cuadrado de tafetán violeta y los hilos de seda encarnada para las letras, y de seda verde para el triángulo masónico y el calco de papel para inscribir la divisa LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD. Y las dos hermanas se pusieron a la tarea. El encargo hubiera sido cumplido sin tropiezos si las dos bordadoras hubiesen dominado su lengua. Una de ellas era la amiga de un clérigo liberal y creyó obrar bien al confiarle su secreto, y el sacerdote, sin ninguna malicia lo contó a su padre. Éste, que no participaba en las ideas de su hijo, se apresuró de advertir a Pedrosa(11)”.

De la biografía de Mariana de Pineda se extrae un lectura importante: la nobleza del alma no enmudece por la vileza del tirano, pero simultáneamente, “degradado el pueblo con la esclavitud, se amortiguan todas las pasiones nobles, y mira hasta con indiferencia el sacrificio de los más esforzados ciudadanos(12)”.

La presentación biográfica finaliza con un paralelismo entre Mariana de Pineda y Federico García Lorca, y los ruines que merodearon a su alrededor. Mariana antes de salir de prisión camino del cadalso “Expresa las deudas que tenía, y manifiesta los nombres de las personas en cuyo poder se hallaban empeñadas algunas alhajas de su uso, entre ellas un anillo de brillantes, que suplicaba se desempeñase y lo entregasen a su hija Luisa (que por cierto no se lo entregaron, porque fue presa de la rapacidad de los curiales, como todos los demás bienes y efectos de ella y de sus hijos)(13)”. “En cuanto a Federico, puedo asegurarle, señor, que sus verdugos culminaron su atrevimiento. Dos días después de haberlo asesinado, fueron al café más grande de Granada, al Imperial, a vender su lapicera fuente y su medalla. Usted sabe, esa medalla de oro que le obsequiaron sus amigos cubanos cuando estuvo allí, tres o cuatro años antes de la guerra...(14)”.

Para Federico, en su obra de teatro Mariana Pineda, la protagonista llevaba dos armas, el amor y la libertad. Amor y Libertad serán los que deban sacrificarse para conseguir Amor y Libertad. "¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres! ¡Amor, amor, amor, y eternas soledades!(15)"

Citas

  1. Jose Peña y Aguayo. Vida y muerte de Mariana Pineda (1836). Edición de la librería de Ignacio Martín Villena. Granada, 2003. 1ª edic.
  2. Jose Peña y Aguayo. Op. cit. pág. 20.
  3. Jose Peña y Aguayo. Op. cit. pág. 33.
  4. José Peña y Aguayo. Op. cit. pág. 4-5
  5. Antonina Rodrigo. Mariana de Pineda. Heroína de la libertad.Barcelona, 1977. Edit. Plaza y Janés, 1ª edic. Pág. 53.
  6. Antonina Rodrigo. Op. cit. pág. 77.
  7. Antonina Rodrigo. Op. cit. pág. 96.
  8. José Peña y Aguayo. Op. cit. pág. 63.
  9. Jose Peña y Aguayo. Op. cit. pág. 92-94.
  10. José Peña y Aguayo. Op. cit. pág. 99.
  11. Claude Couffon. Granada y García Lorca. Buenos Aires, 1967. Editorial Losada, S.A. Págs. 59-60.
  12. Jose Peña y Aguayo. Op. cit. pág. 100.
  13. José Peña y Aguayo. Op. cit. págs. 93-94.
  14. Claude Couffon. Op. cit. pág. 132.
  15. Federico García Lorca. Obras completas. Madrid, 1972. Editorial Aguilar, 17ª edición, pág. 891.